De patrias y estómagos

 
  
 
  Tanto tiempo buscando una definición de patria y he aquí que un inmigrante la obtiene contundentemente sin andarse con rodeos. “Mi patria es mi estómago”, afirma. Uno estudiaba las teorías políticas, geográficas, poéticas e incluso pergeñaba su propia teoría al respecto pero nunca hallaba una definición concluyente, válida, a no ser que fuese algo así como la patria no existe. Y aparece un trabajador del este de Europa y diagnostica de forma tajante la definición exacta de patria: “Mi patria es mi estómago”. O sea, que todas las lucubraciones precedentes que hablaban de la infancia como patria, de la lengua, de los territorios marcados por las fronteras, del cuerpo amado, incluso de la muerte como patria última y definitiva, no eran sino bulos urdidos en tardes de melancolía o de ocio. Ni la mujer era la patria del hombre ni el cielo la postrera patria que esperaba a los elegidos. La patria no había que buscarla fuera de uno ni en sus sueños, ni en la razón o en el pensamiento. Serrat lo había dicho vagamente tiempo atrás: “Mi patria y mi guitarra las llevo en mí/una es fuerte y es fiel/la otra un papel”. La patria, las patrias, son en definitiva, papeles y los papeles al final terminan por borrarse, por extraviarse en archivos empolvados, por desaparecer bajo el agua o el tiempo. La patria, según ese inmigrante, hay que buscarla dentro de uno, pero no en las delicuescentes regiones del alma o del pensamiento sino en las vísceras, en los intestinos, en nuestra corporeidad más común, menos poética. Al final, uno encuentra la patria en las entrañas, en esa parte de nuestro cuerpo en la que un día hurgan los cirujanos para extirparnos quistes o rehacer los fallos del organismo. Ahí está, acurrucada, la patria. No era Ítaca, ni era el mar, ni era la lengua, ni era la infancia, ni era la fe ni era el amor: era el estómago. Con qué lucidez nacida de la necesidad, un extranjero que viajó por diversas patrias llega a la conclusión de que la verdadera patria es el estómago. Es decir, ese estómago que le exige su ración, su comodidad, su satisfacción. Viene a decirnos: Miren, déjense de tonterías, de cavilaciones, de exaltaciones de gentes acomodadas: no busco sus papeles: busco un lugar donde mi estómago esté tranquilo y ese lugar será mi patria y mi patria estará en mi estómago; y en ese lugar en el que yo pueda comer, ganar algo de dinero, vivir con cierta decencia, encontraré mi patria, independientemente de donde yo haya nacido o de donde yo desee vivir. Nosotros llevábamos siglos fantaseando al respecto: los poetas hablaban del lenguaje, los políticos de las fronteras, los militares de la unidad, los filósofos de la infancia, los enamorados de su amante para definirla, y todos estaban equivocados, todos estábamos errados. Porque al final aparece una persona sencilla, sin mayores complicaciones intelectuales, y desbarata nuestras teorías, echa por tierra ese complejo castillo de especulaciones y define certera, contundentemente, la patria: su estómago. Bien mirado, cada uno tenemos nuestro estómago así que cada cual tiene su patria. Se trata ahora de ser felices en nuestra patria.  
 
  
 
     
 
  
 
 
JANO, 2005