Magia

Cuando un crítico se encuentra con un libro de alguien desconocido o semidesconocido y ese libro es distinto, arriesgado, valiente y se sale de las normas habituales del mercado, al crítico en cuestión le entra miedo o cobardía o un ataque de sorpresa tan desmesurado que decide ser cauto con las palabras. Los elogios están, como siempre, para los superventas, los autores populares, los muertos o los textos ya confirmados por el paso de los años. De alguna forma, el crítico, la mayoría de los críticos, apuestan a caballo ganador. Enfrentarse con algún texto que signifique ruptura los desorienta de tal forma que optan por una solución diplomática: sí pero. Nunca un alabanza decidida, una apuesta que ponga en riesgo su estatus: hay que sobrevivir y a ser posible con cuidado, no vayamos a pisar mierda. Todo esto viene a cuento por un autor al que me referí en algún artículo anterior, Manuel Vilas (Barbastro, 1962). Entre otras cosas, Manuel Vilas había publicado un extraordinario libro de poemas, El Cielo (DVD Ediciones) y Zeta , en la misma editorial, una obra híbrida y transgresora, que fluctúa entre el libro de relatos, la novela, el poemario de largos versículos que constituye una voz particular, una voz singular, dentro de la literatura española. En círculos más o menos reducidos (porque los lectores arriesgados, como los críticos arriesgados, son pocos: y uno casi lo agradece) Vilas es un autor secreto y de culto; haber ganado el premio Saputo , concedido en Aragón al mejor libro del año en 2002, por Zeta , no le ha supuesto lo que merece: un público mayoritario. Aunque insisto: acaso el público mayoritario no sea sino una trampa, cuando no una cruz, para el autor. En octubre de 2004, Manuel Vilas nos entrega su última obra, Magia : otra vez la mezcla de relatos y de novela, de poesía y prosa, de sombra y luz, de fronteras violadas y de talento. En el páramo tedioso de la literatura en castellano, Vilas representa un autor fuera de lo común: si alguien piensa que existe pasión en mis palabras (y la hay) puede acceder a los libros de Manuel Vilas y comprobar que esa pasión está más que justificada. Como todos los grandes autores, en la literatura de Manuel Vilas hay textos de textos o ecos de voces imprescindibles en la literatura: uno puede rastrear a Kafka y a Dostoyevski, a Céline y a Faulkner, a Selby y a Bukowski, a Joyce y a Conrad, a Béckett y a Döblin. No soy un crítico. Pero uno se espanta cuando lee los suplementos literarios y las revistas y ve que las reseñas están siempre marcadas por la tiranía de un grupo editorial, por las proximidades políticas o afinidades ideológicas, por los sacros principios católicos, por los favores que unos se hacen a otros, en definitiva, por la basura. En aquel artículo que cité antes, parafraseaba a Vilas que decía “si quieres literatura debes buscarla en los cementerios”. A estas alturas de tan siniestra partida de favores, no estoy dispuesto a esperar para buscar los grandes libros en los cementerios: prefiero buscarlos en el presente, en la vida, porque es más difícil hallarlos, es más arriesgado apostar por Magia y Manuel Vilas que decir que Ulises es una obra imprescindible. No esperemos a que el cementerio dé a su obra el mérito que ahora tiene. En realidad, la mayoría de los críticos ejercen la necrofilia. Cuando ante sus ojos no sé si hastiados o vendidos pasa un libro de la categoría de Magia , un libro excepcional, contundente, miran hacia otro lado: hacia ese otro lado en el que están las obras de los ganadores del Planeta o del Nobel o de La Madre que los Parió. Porque no tienen agallas para abrir ese libro, entusiasmarse con él y decir abiertamente: “Mire, déjense de perder el dinero y el tiempo con códigos y trafalgares y demás miserias y húndanse en este libro que los llevará directamente al corazón de la literatura y de la vida”. Y yo, que no soy crítico, acudo a una librería y compro el libro (los libros) de Manuel Vilas y me sumerjo en ellos y asisto sorprendido al hecho singular de que la caterva de críticos permanezca inmune a esa violenta poesía, a esa forma extraña y singular de enfrentarse a un texto narrativo que viola todas las fronteras. Pasen adelante y juéguense la vida. Quedarse en la orilla y mojarse los pies es actuar como la mayoría de los críticos. Hay que arriesgarse y uno, en estos tiempos, encuentra pocos libros por los que merezca la pena lanzarse de cabeza en sus páginas. Magia es uno de ellos. Insólito, bello, extraño, singular: hay amores así, pasiones que uno ha ido dejando pasar para mañana arrepentirse de semejante cobardía. La cobardía es cosa de críticos, no de lectores. Quien no lea Magia , habrá perdido esa oportunidad y tendrá que lamentarlo un día.

   
JANO, 2004