Los 4.400 tres veces y pico

 
  
 
  Los 4.400 de esa serie televisiva son tres veces y pico los más de 14.000 jóvenes que aseguran que huyen todos los años de mi tierra, de Ourense, hacia cualquier parte donde al buey le den de pacer. No logro entender cómo puede seguir ocurriendo algo así y aquellos 75 de los que os hable cuando Que hay de lo nuestro , continúan con total impunidad trayendo todos los meses a esta provincia casi 12 millones de pesetas. Pero a sus cuentas particulares, obvio, nada corrientes, por cierto.
Me cuentan que en el caso de los jóvenes ourensanos se encuentran, más o menos, los de la provincia de Lugo. No tanto los de la Galicia costera.

El solo dato de que más de 14.000 jóvenes abandonan Ourense cada año en busca de mercados de trabajo, me parece tan alarmante como la impunidad de los políticos que dirigen este provincia y la indiferencia con la que los ourensanos consentimos, impasibles y ausentes, semejante tragedia. Los tres elementos conforman ese cóctel que acaba por arruinar esta tierra. Si desde dentro no lo véis así, os aseguro que desde fuera se ve con meridiana claridad que esto es de lo peor que nos puede ocurrir. Incluso seremos raras aves los casos de aquellos que nos fuímos en busca de oportunidades, porque los que se están yendo lo hacen forzados por la pura y dura realidad de sobrevivir.
Ni logro entender como pueden cohabitar en un mismo espacio de procedencia los 4.400 tres veces y pico con aquellos 75 del que Que hay de lo nuestro, ni nadie me logra explicar, por ejemplo, para qué sirve un Plan Estratégico por el que el gran maestro de la ceremonia de la debacle ourensana, José Luis Baltar, pagó a unos vascos de Mondragón más de 120 millones de las viejas pesetas.
Ni entiendo esto ni logro comprender como las gentes de esta provincia pueden permanecer indiferentes e insensibles, como aletargadas y ajenas, a semejante sangría en pleno Siglo XXI. Teruel gritó un día su existencia. Puede que no sirviera para mucho, pero por lo menos sirvió para que los turolenses hicieran un acto de reafirmación en su existencia. Los ourensanos ni eso.

De vuelta a mi exilio, me entero de que la colosal reestructuración de Radio Nacional llevó también a gente de mi tierra a territorios lejanos. Más de lo mismo, más ourensanos fuera.
Reclamo y reivindico la reflexión en el dato en sí mismo y por sí solo. Los 14 mil que cada año hacen el petate para buscarse la vida es una tragedia colosal. Son, por ejemplo, 140.000 en 10 años es decir, muchos más que habitantes tiene la capital ourensana. Manuel Cabezas completará el año que viene tres legislaturas, pero ya hubiera bastado con dos para que en 8 años la provincia perdiera tanta población como habitantes tiene la capital de Ourense. ¿Qué nos queda, qué le queda a Ourense, qué, cuál, cuánto futuro?...
Ourense sigue sumida en una especie de inercia genética de emigración, ahora tanto más silenciosa cuanto más asumida. La maleta de antaño se ha cambiado por la bolsa y la mochila, y es lo mismo. Da igual que ahora ya no se llore en el andén de cualquier rancia estación la partida del hijo o del marido, no se llora porque no serviría para nada igual que ya no sirvió. Han cambiado las formas pero el fondo es el mismo.
Han cambiado porque hemos llegado a la conclusión de que ellos, nuestros hijos, es lo mejor que pueden hacer y a nosotros lo menos malo que nos puede pasar. Por lo tanto lo deben hacer. Es inevitable huir de un Ourense en donde las oportunidades no existen realmente, las oportunidades vienen escritas en el código genético del recién parido, según se apellide Baltar o Cabezas, Rumbao o Franqueira, y tantos otros mucho más discretos pero que están en esta especie de exclusivo mercado de ilustres.

Cada verano volveremos a casa los 4.400 tres veces y pico. A desfigurar con supuesta vida esos muertos vivientes que son el resto del año los cientos de pueblos de esta provincia. A llenar con caras nuevas las calles de una ciudad de la que todos los demás quieren huir en verano, mientras el Concello de Ourense permite y colabora a que así sea. Y a certificar que nuestra partida, si entonces conveniente o necesaria, pronto hubiera sido irreversible.
Semejante tragedia solo la supera el hecho de que les permitamos que lo sigan haciendo impúnemente.
De que nunca siquiera se nos hubiera ocurrido echarlos a ellos.

(Á Abo)

 
 
  
 
 
  
 
 
Septiembre de 2006