Liberados sindicales

 
  
 
  Nada como un Primero de Mayo para verlos a todos, para que salgan de sus despachos a la calle, para recordarlos, para encontrarlos, para ver que siguen bien, unos cuantos años más, algo más gordos y más viejos, algunos orondos, vivos y felices (o eso parece)... Sacrificados a domingo (no te jode) por un primero de mayo, otro, al que esta vez se ha sumado el gobierno (dicen que dieron la consigna, todos con el pueblo obrero), como antes el gobierno estaba con la Iglesia. Pepe Blanco y Gaspar LLamazares sujetando la pancarta, y luego los que tienen la manija de las dos principales organizaciones sindicales de este país. Todos a partir un piñón. ¿Y detrás?...
Detrás van esos de que os hablé, los que nada como un Primero de Mayo para verlos a todos, para recordarlos, para encontrarlos...
Con la reforma laboral en proceso de malparir, mira tú que no hay en el mundillo del currele de qué coño hablar y maldecir (la siniestralidad laboral que todos obvian como olvidan al último que se cayó del andamio, por ejemplo), sin tener que acordarse de ellos.
Pero quiero hacerlo, reventaría si no lo hiciera.

Ellos son los liberados , ¿os suena?.
Que ¿cuántos son?.
¿Dónde, en todo el mundo, en toda España o en esa parcela de tierra que es tu provincia?...
Y a tí que más te dá, a qué viene eso, para qué quieres saberlo..., eso no es relevante, son unos cuantos, están ahí y son necesarios. Son los liberados sindicales. Un producto más del sistema, una “consecuencia necesaria” del ensamblaje productivo del país. El baluarte de la salvaguarda de los derechos de los trabajadores, o eso dicen. Y encima casi son los únicos que trabajan un Primero de Mayo, como éste pasado.
Somos desagradecidos. Me decía un amigo que no está liberado y se levanta de lunes a viernes a las seis de la mañana para ir al tajo: “que vayan ellos, que para eso están de fiesta todo el año”. Sólo le había reprochado a mi amigo que currando como curra el desgraciado, el Día del Trabajo lo festejara yéndose de fin de semana largo a la playa con la familia. Ahí lo tienes, por una vez le encontré significado, valía e incluso sentido a esto del liberado sindical. Qué sería sin ellos de los primeros de mayo.
Pero tranquilos, a lo que se ve no hay problema, la celebración está asegurada. Y si se suman los pepes y los gaspares, más todavía. Hay un montón de liberados, incluso muchos más de lo que parece, sospecho.

Las cosas han cambiado mucho. Igual que hubo un tiempo, aquel del franquismo, en que la palabra comisión se mencionaba con la boca pequeña porque era sinónimo de corrupción, no sólo los sindicatos anarquistas creían que el sindicalismo se ejercía en el puesto de trabajo, y el verdadero sindicalista era el primero en llegar quemado del tajo al sindicato después de terminar la jornada, jodido como el que más por el patrón y por el trabajo, compañero de sus compañeros lo mismo al caer la tarde en el sindicato que durante todo el día en el tajo.
Las cosas han cambiado mucho. Ahora muchos viven, y además viven hasta muy bien de las comisiones (es decir, de producir nada y de intermediar todo lo que les dejan), y al compañero sindicalista sabes que lo puedes encontrar todo el día en el sindicato. Sí señor, allí, agazapado en algún despacho, a cubierto de las inclemencias patronales, de los soles del verano y de los inviernos fríos, lejos de los resoplidos en el cogote del agobiante patrón y del traicionero andamio que cualquier día te echa al vacío.
Pero lo importante (recalco) es que sabes que lo puedes encontrar todo el día en el sindicato. Es decir, sabes dónde lo puedes encontrar. Y si no está habrá ido al bar, sólo es cuestión de esperar a que llegue. Imáginate con lo caro que es el tiempo de un albañil tener que andar buscando al compañero sindicalista de obra en obra, de tajo en tajo por toda la ciudad. Como si uno ya no estuviera agobiado de sobra.
Por eso hay que ser justo con el compañero sindicalista liberado.
En primer lugar, es preciso dirigirse a él a cualquier intempestiva hora del día en la que tu deberías estar trabajando y él no, consciente de eso, para empezar. De que tú no estás donde se supone y, en cambio, él sí.
Y luego, reciprocidad. Es decir, hay que ser consciente de que por muy quemado que a tí te tenga el patrón y tu maldito trabajo, él no tiene por qué estar ni está en esa situación. Es más, él no tiene por qué saberlo, para cuanto más hacerse cargo. Será preciso explicárselo adecuadamente, con calma, incluso partiendo desde cero, paso a paso. No vaya a ser que se traume.
Piensa que él rara vez llega a pulsar una situación laboral a no ser a través de alguna asamblea de personas como tú, y que son esas miserias que tú a la hora más intempestiva del día vas a contarle las que le devuelven a la dura y cruda realidad de que, más allá del sindicato, ahí afuera, sólo hay problemas.
Con lo bien que se vive en el paraíso.

 
 
  
 
 
  
 
 
Mayo de 2006