Leonor

 
  
 
 

Contra todo pronóstico ha sido niña, Leonor, otra boca más de la Casa Real que alimentar.
A pocos como a mí en este país, a lo que se ve, las historias de la Casa Real le importarían tan poco si no fuera por lo que me indignan. A lo que se ve, a todo el país le alegran y colman de felicidad las venturas de la Casa Real. Si además tenemos en cuenta que pocos días antes murió uno de los últimos cascarrabias de este país, Haro Tecglen, debemos ser ya muy pocos. Los que pudieran ser de esta condición pero callan y otorgan no me interesan.

No me alegra ni me colma de felicidad Leonor más de lo que lo hacen todas las leonores, y carlos y pacos que vienen un día a este mundo, pero siguen sin interesarme lo más mínimo los padres que la concibieron y los abuelos que reinan España. Se es monárquico o no se es, y yo no lo soy ni lo seré nunca. No estoy en contra de la Monarquía, ni de los Reyes de España, ni de Don Juan Carlos ni Doña Sofía, solo que no soy monárquica y no entiendo que se pueda serlo. Aunque, por supuesto, acepte que muchos españoles, a lo que se ve la inmensa mayoría, lo son y además estén encantados de serlo. Y ni siquiera me parece mal.
Lo que me parece mal es sostener una Constitución que precisa hacer juegos malabares cada vez que llegamos aquí, y que ahora se encuentra en la encrucijada de validar el sexo de Leonor para que un día pueda heredar el cetro. Y aun me parece mucho peor que los elegidos por el pueblo para representarle pasen de puntillas por el entuerto y eviten siquiera comentar que, para eso, una vez hecho habrá que disolver las Cortes y convocar de nuevo elecciones. Lo que evidencia con meridiana claridad que el sistema que regula nuestra Constitución es todo nuestro siempre que no toquemos lo otro , lo suyo , y que si no está en función de la Monarquía coloca a los Reyes lejos del primero y esencial de sus postulados, la igualdad de los españoles.
Nuestra Constitución establece que todo lo que a los españoles se nos deja elegir está en función de que no sea preciso variar nada de lo establecido para la Monarquía. Por qué ha de ser así si lo nuestro y lo de ellos no es lo mismo, es completa y hasta radicalmente distinto en sus principios, lo elegible y lo electo por un lado y lo heredado y herméticamente cerrado por otro... Porque esta cohabitación limitada y vinculada, lo suyo es sólo suyo y lo nuestro, a lo que se ve, no es del todo nuestro...

Para mitigar tales efectos se ha anunciado, sin fisuras de ningún tipo entre los representantes del pueblo (los elegidos) y la Monarquía, que los cambios que es preciso introducir para que Leonor un día pueda reinar se harán al final de esta legislatura. Así, de paso, los electos seguirán siéndolo hasta el finales de sus días (la legislatura). Así, de paso y como en este país suele hacerse con demasiada frecuencia, se evita entrar en el fondo de la cuestión: revisar nuestra Constitución.
A la que además de catalanes, vascos, estatutos, nacionalismos y nacionalidades, Leonor ha puesto en apuros nada más haber nacido mujer.

 
 
  
 
 
  
 
 
Noviembre de 2005