El negocio del fuego

 
  
 
  Galicia sigue ardiendo en verano. Ni nuevo ni bueno. Parece increíble al paso que va el negocio del fuego quede todavía algo que pueda arder. Un milagro casi teniendo en cuenta lo nefasta que sigue siendo la política de las administraciones contra el fuego.

Siendo titular de Medioambiente Carlos del Álamo, el conselleiro había dicho aquello de que la lluvia era el mejor antídoto contra el fuego, el mejor aliado de los montes gallegos. Aquel “esfuerzo” de sinceridad le había costado muchas críticas incluso desde dentro de su propio departamento. Y lo peor es que era y sigue siendo verdad. El Plan INFOGA fallaba como una escopeta de feria. No se si ahora se llama así y siquiera si existe. En realidad que exista o no es lo de menos. El caso es que el fuego siga siendo un negocio.
El único que se atrevió con el veto a la venta de madera procedente de las quemas de aquel año en la lonja de Silleda, fue el socialista Sineiro en la etapa del tripartito en la Xunta. A poco más lo queman a él, la medida reventaba el negocio de unos cuantos.
En Galicia se sigue pagando por apagar, no para que no arda. Mal vamos si, de una vez por todas, no se corrige el rumbo de la política forestal y contra incendiaria de esta tierra.
Y lo que hereda el nuevo gobierno de la Xunta tiene difícil solución a corto plazo.

Ahora mismo la Xunta de Galicia dispone de una plantilla de forestales laborales fijos que son todo menos fijos. Pese a superar la correspondiente oposición este mismo año, siguen contratados igual que siempre. Su contrato finalizará cuando deje de arder es decir, cuando el tiempo se convierta en enemigo en vez de aliado del fuego.
La jornada laboral de cada uno de esos trabajadores es de ocho horas diarias. Pero si durante ella surje el fuego, la jornada podrá prolongarse cuatro horas más hasta totalizar las doce. Esas horas ni se abonan ni se computan a efectos de descanso. Creo que eso no está ni puede estar en ningún convenio si los sindicatos no hubieran tragado.
Uno de esos trabajadores me comentaba que una hora de trabajo de uno de los Canadier con base en Santiago, está valorada en torno a las ochocientas mil pesetas.
Este tinglado tan amplio como costoso existe y se mantiene mientras el fuego exista. Un tinglado increíblemente absurdo que la administración ha sostenido con desfachatez y total impunidad de sus conselleiros. Cualquiera de ellos podría haber sido acusado de instigador del fuego y no hubiera sido nada descabellado.
Hace pocos años, un Concello de la provincia de Ourense cerró año contabilizando la menor superficie quemada de los de toda Galicia. Su alcalde es el jefe forestal de la comarca con nómina de la Xunta de Galicia. El pago obtenido por este Concello de la administración autonómica al año siguiente fue situarse a la cola en las consignaciones presupuestarias asignadas para la extinción del fuego. Un concejal me comentaba que “algo tendremos que hacer”. Y se hizo, ardió muchísimo más aquel año y al siguiente ya hubo más dinero.
Todos los años cae algún desalmado que, para colmo, es uno de los que cobran por apagar.
Aún así el sistema pervive como el mismo fuego y las administraciones han respondido a los hechos con el mayor de los cinismos.

Con una política contra el fuego planteada completamente al revés, nada hace pensar que en Galicia deje de arder cada verano. Ni siquiera lo mucho que todos los años se quema porque, por fortuna, la capacidad regenerativa del monte bajo es considerable. Es decir, donde este año ha ardido dentro de dos o tres años podrá volver a arder.
Todo aboca a la lógica aplastante de que el medio ambiente en Galicia tendrá que dejar de ser una “asignatura maría” del curso de la nueva Xunta. Y eso implica más dinero, mucha mayor consignación presupuestaria para la Consellería del Medio Rural.
El nuevo ejecutivo tendrá que asumir primero y afrontar de inmediato, que el rural gallego no puede resultarle ni barato ni rentable a la administración autonómica, si no al contrario. Somos como somos, Galicia es así. Solamente en la provincia de Ourense hay tres concellos cuya densidad de población está por debajo de los cinco habitantes por kilómetro cuadrado (Vilariño de Conso, Chandrexa de Queixa y A Veiga): cuatro habitantes de media para una superficie total de 662 kilómetros cuadrados.
Es preciso invertir en Medio Ambiente, Medio Rural o como se le llame. Invertir en Galicia si queremos preservar lo que nos queda.
 
 
  
 
 
  
 
 
Septiembre de 2005