Odios

 
 
 
 
 
Del 4 al 10 de Abril de 2016
 

Definitivo, si lo de llegar a 2019 con deuda cero se verá en su momento, Baltar Blanco ha consumado plenamente que bajo su mandato la institución que preside se supera a sí misma en todo. En aprobación presupuestaria en tiempo récord, en proyectos pioneros a nivel de Estado, de comunidad y, por supuesto, de la propia institución. Y ahora en reprobaciones. Igual que a él lo reprobaron, su grupo reprobará al jefe del grupo socialista, que aquí hay para todos y donde las toman las dan. Y no es cuestión baladí teniendo en cuenta el capital reaccionario que a los distintos presidentes de la institución provincial le ha ido surgiendo en los últimos años. Pero en el Concello de Ourense, que va por delante en reprobaciones a alcaldes, no ha caído todavía la de ningún portavoz de la oposición.

Reprobando a Nacho Gómez, Baltar Blanco lo eleva a la categoría de aún más insolente que Alfredo Suárez Canal cuando tachó a Victorino Núñez de "fascista" y "dictador" en el curso de un pleno. El entonces presidente de la institución acudió a los tribunales, que le dijeron que cualquiera de los dos calificativos, si bien contundentes, correspondían a sendas conductas que el diputado nacionalista era quien de poder etiquetar al entenderlas como tales. Y ahí se quedó la historia, y a Victorino Núñez no se le ocurrió reprobar a Suárez Canal. Ni al del BNG ni a Lovelle Alén, otra insolente de toma y daca en la misma Corporación y en el mismo tiempo.

Años después, siendo ya presidente de la Deputación de Ourense José Luis Baltar, tuvo la condición de portavoz del Grupo del PSOE un tal Agustín Vega Fuente, ex sindicalista de la UGT y ex muchas cosas más en su azarosa vida. Por más que Vega fuera contumaz hasta la saciedad, a Baltar Pumar nunca se le ocurrió reprobarlo. Por más que Victorino Núñez le azuzara porque el ex sindicalista había osado cuestionar la intervención de las brigadas de la Deputación en una pista de Vilar de Barrio que, curiosamente, sólo conducía a una propiedad de la suegra del ya entonces ex presidente de la Deputación ourensana, pero presidente del Parlamento de Galicia. Ni con estas.

Se ve que ahora las reprobaciones se han puesto a la última. Y eso que no sirven para mucho, más bien para nada. Y cuando tal ocurre, esta semana aquel azote del baltarismo en su etapa de portavoz de la oposición ha firmado uno de sus últimos bandazos en su azarosa vida: entregar su casa en Amoeiro para hacer frente a los 170.000 euros que la familia de un juez le reclama por haber atentado contra el honor del magistrado. Para la ocasión se atavió con un sombrero como si del último cowboy de Amoeiro se tratara, y siguió proclamando que él sólo había defendido los derechos de unos trabajadores de Valdeorras y que "la sentencia afirma que por decir la verdad falté al honor del juez Somoza, no que fuera mentira lo que dije". No es menos cierto que la trayectoria sindical del ugetista no adoleció de trampas y presuntas trampas que a poco estuvieron de costarle caras también (también en Valdeorras y otros sindicatos lo saben bien), pero creo a Agustín Vega cuando dice que "se quedan con mi casa y ello me duele, pero no puedo evitar sentir un legítimo orgullo personal". Lo creo porque sé que Agustín Vega es tan capaz de pensar de esta forma como de luchar hasta el final por aquello en lo que cree. Pero me da pena esta especie de capítulos siniestros que preceden el final de las personas llegados sus declives.

Declive político al final de la política lo es también, al menos en cierta medida, el de José Luis Baltar. Y el de aquel senador del PSOE que cuando Agustín Vega azuzaba sin piedad a Baltar en la Deputación, él lo hacía en el Senado con las acciones de Club Deportivo Ourense. La política es efímera y desagradecida, que se lo pregunten a los tres, y aún así ha entrado en una espiral de descrédito y hostigamiento, de crítica despiadada y rechazo sistemático, de descalificación, de negarlo todo si es preciso, de rechazar al otro rechazando todo lo suyo e imponer lo de uno cuando es posible..., de vértigo. Es muy probable que las reprobaciones no sean más que una burda manifestación de impotencia, un te reprobamos porque si pudiéramos eliminarte no tardaríamos un segundo en hacerlo, una prueba más que evidente de que al menos nuestras instituciones emprendieron en los últimos años o meses caminos sin retorno hacia la hostilidad y puede que el odio. En el Concello de Ourense ya se ha reprobado al alcalde, en la Deputación al presidente y puede que pronto al jefe de la oposición, por qué no pensar que pronto podrían tomar ejemplo las restantes 91 corporaciones locales de esta provincia y no haber semana en que no hubiera al menos una reprobación. Me molestas, te repruebo. Habrá que seguir buscando hasta dónde más da la legalidad posible. Porque puede que haya alguna otra figura que, como la reprobación, sea tan poco efectiva como ilustrativa de que, puestos a distanciarnos, llega cualquier figura retórica para odiarnos públicamente aún más.

 
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