El pensamiento político de Manuel Fraga
 
Por ABELARDO VÁZQUEZ
 
 
 
 
13 de SEPTIEMBRE de 2011: OURENSE DIXITAL

Manuel Fraga se jubila a punto de cumplir los 89 años. Una noticia sorprendente para quienes nos habíamos acostumbrado tanto a su presencia que le teníamos por inmortal. Y su final en la actividad pública, como no podía ser de otra manera, ha reabierto la polémica sobre su controvertida figura.

Comenzó su carrera política como ministro de Franco al frente del Ministerio de Información y Turismo, una etapa de la que siempre presumió, eso sí, obviando sus servicios al dictador. En ese contexto, Fraga pasó por aperturista a través, por ejemplo, de una Ley de Prensa que eliminaba la censura previa. Es cierto que el turismo se convierte en la principal fuente de ingresos del país, pero también que informa de la ejecución de presos políticos como Grimau, al que se refirió como “ese caballerete”.

No me voy a extender más en una biografía que está al alcance de cualquiera. He citado estos trazos porque sirven para aproximarse fielmente al perfil político que le ha acompañado el resto de sus días. Su vida ha ido transcurriendo entre aciertos y miserias con una tolerancia general que le ha permitido sobrevivir a un pasado inaceptable, desde un punto de vista estrictamente democrático. Sería injusto, sin embargo, no valorar su papel en la Transición como eslabón necesario entre el Franquismo y la nueva democracia española. Un papel que, de alguna forma, le dio legitimidad para mantenerse en la política activa y que le permitió, a través de Alianza Popular, dar esa misma oportunidad de “cambiar de chaqueta” a otros muchos franquistas. La Transición, tal y como la conocemos, habría sido imposible sin su contribución.

José Rúas describía a Fraga en su tesis doctoral como “el político en ejercicio más veterano de España, (y que) ha estado en todos los escenarios de la política española”. “El discurso político de Manuel Fraga” se limita a constatar que no es posible sobrevivir a todos los escenarios sin un cambio de discurso (o una evolución ideológica, añado yo) muy considerable.

En su faceta de ministro de Franco, encontramos gestos propios de la época que no podrían ser, en ningún caso, asumidos por el demócrata que luego ha dicho ser. Discernir entre lo que ha sido acomodo o convicción es, seguramente, tarea imposible. En una ocasión expedientó al director de un medio de comunicación por haber descrito como “huelga” lo que tendría que haber sido, según Fraga, un “paro laboral”. Sin censura previa, sí, pero el ministro trazaba las líneas del camino a seguir.

Que su discurso político ha sido contradictorio no es sólo una evidencia, sino que ha debido ser una necesidad que ha tratado de disimular con desigual fortuna. Cuando se redactaba la Constitución, Fraga Iribarne se opuso frontalmente al término “nacionalidades”, pero años más tarde, como presidente de la Xunta de Galicia, terminó incorporando a su discurso ese mismo término como un derecho. Tampoco quería hablar de nacionalidades históricas, hasta que desde su tierra acabó hablando de hechos diferenciales. Como muchos recordarán, el nuevo Fraga terminaría inventando la Administración Única, una propuesta de corte nacionalista al estilo de Cataluña que dejó en una incómoda situación a la dirección nacional de Partido Popular. Llegó a hablar de “etnia gallega” y citar en sus discursos a ilustres personajes del nacionalismo. Y todo esto lo ha compatibilizado con la defensa a Pinochet y al Franquismo.

Si uno se pregunta dónde está el auténtico Manuel Fraga Iribarne, cuál de sus ciclos políticos representa mejor su pensamiento, no creo que pueda obtener jamás una respuesta certera. En el talante, su perfil es, sin duda, el de un individuo intolerante. Es un rasgo que imprime carácter también, como no puede ser de otra manera, en el político. Sus desplantes a los periodistas, entre los que me incluyo, han estado a la orden del día hasta sus últimas comparecencias públicas. Muchos hemos sido testigos de su arrogancia y despotismo ante conselleiros o simples trabajadores a los que trataba como siervos. En mi opinión, ése es un rasgo de su personalidad que dice mucho más de su pensamiento que todas las palabras que haya pronunciado en miles y miles de discursos.

 
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