Las obras de la Línea de Alta Velocidad entre Madrid y Galicia se hallan ahora mismo en uno de los puntos más complicados, laboriosos y costosos de su trazado, el extremo Sur del Macizo Central Ourensán en suelos de Laza y Vilar de Barrio.
Los 17 kilómetros que supone taladrar las montañas entre las localidades de Prado, concretamente a partir de la actual estación de Prado-Alberguería, hasta Cerdedelo en suelo de Laza, suponen atravesar las entrañas de las montañas bajo la localidad de Toro.
El punto de O Corno de Toro sobre el que se asienta esa localidad de Laza, es el que da nombre a uno de los túneles, el de la vía derecha de la Línea del AVE.

Es en puntos como este donde la orografía gallega complica las cosas y encarece los trabajos, hasta situar los costes de la LAV Madrid-Galicia muy por encima de los de otras líneas del Estado. Adif habla de 104,5 millones de euros sólo en el caso del tunelado de la vía izquierda, el túnel que enlazara Cerdedelo y Prado.
Los avances tecnológicos habrán de contribuir a evitar otros costes que sí se produjeron en las labores de tunelado para la vía actualmente existente, los de vidas humanas que se perdieron bajo los escombros de las bóvedas que se venían abajo y los aludes de piedras que sorprendían a los hombres de los trabajos de ataque del tunelado de los años 40.

Por esta cara de la montaña, existe una pista, A Pista do Marroquí, que indica perfectamente las bocas por las que se llega a la actual vía. Le dio nombre el ingeniero marroquí que dirigó las obras, iniciadas antes de comenzar la Guerra Civil Española y terminadas a su conclusión.
La pista, que discurre entre las estaciones de Prado-A Alberguería, Vilar de Barrio, y Cerdedelo, Laza, fue vía de provisión en su momento para las ingentes labores de tunelado, pero también la vía de evacuación de no pocos muertos y heridos que contabilizaron en aquellos tiempos estas mismas labores, las de tunelado de las vías por la cara Sur del Macizo Central Ourensán.
Adif habla ahora para estos trabajos del método austríaco que, más de 70 años después, nada tiene que ver (ni debe) con el de los años 40.