El azar y la búsqueda

Si buscas literatura, escribió Manuel Vilas en un artículo, búscala en los cementerios. No le faltaba razón. Rechazaba las denominadas grandes superficies, despotricaba contra los premios literarios, las componendas, los galardones. ¿Te imaginas, venía a decir, a Kafka presentando El Castillo con un ejemplar en una mano y su sombrero en la otra? En los cementerios sobrevive la literatura. Acaso sea ése el secreto. Porque cuando uno entra en las librerías, nos espera una sucesión de anaqueles cargados con los más recientes premios literarios, con las novedades de las grandes editoriales, con los volúmenes alabados indiscriminadamente por los suplementos y las revistas y en los lomos llamativos aparecen los nombres de siempre, esos que uno deja caer en la conversación y que dedican libros que suelen regalarse en navidad, por ejemplo, como uno regala una corbata o un frasco de colonia, sin mayor significado. Regalamos lo superfluo. Y si uno quiere encontrar en esos lugares libros, libros de verdad, el pálpito de los libros, debe buscar en anaqueles secundarios, en pilas desordenadas, preguntarle al encargado como si tal autor o tal novela fuesen el santo y seña para acceder a una logia secreta y acaso perseguida. Quizá no sea necesario acudir a los cementerios pero sí rebuscar donde generalmente no se adentra sino aquel que sabe lo que busca, ese libro que nunca fue reseñado en ninguna página, ese autor oculto o semiclandestino como si fuese el portador de una enfermedad contagiosa. En librerías de viejo, en puestos callejeros, en ferias de segunda categoría y en algunas librería de pueblos míseros, uno puede darse de bruces con aquel libro que persiguió durante tantos años y que estaba descatalogado, con el autor secreto en cuyo rastro extravió días y días. El azar nos suministra entonces la oportunidad de encontrarnos, como en una cita cumplida a destiempo, con quien habíamos buscado ya casi desesperanzadamente. Con esos libros sucede como suele suceder con el amor: nos lo pone la vida al doblar la esquina más insospechada. Vagando por un callejón triste hallamos una librería humilde en la que no habíamos reparado las veces anteriores, como si surgiese allí de pronto, fruto de un ensalmo, de una brujería. Recordamos entonces aquel libro que llevamos tanto tiempo deseando, ése que nunca hallamos en grandes superficies, en los escaparates de las librerías más visitadas, en las reseñas de los suplementos literarios porque los críticos deben leer a los vivos y conocidos ya que hay un trasmundo de favores concedidos y cobrados que no puede dejar de existir porque si no se quebraría la jerarquía que sostiene la literatura, dicen ellos. Y tintinea la campanilla de la puerta cuando entramos y la estancia abigarrada de iluminación defectuosa huele a lo que debe oler una librería y no tiene música ambiental sino el silencio de piedra en el que suelen darse los milagros, los descubrimientos. Y ahí, dónde si no, ahí precisamente está el libro que llevamos tanto tiempo buscando, el que ni encontramos en los cementerios.

   
JANO, 2004